domingo, 23 de noviembre de 2014

Una última oportunidad

Hablas con alguien que te dice que está seco por dentro. Que no ve nada que le anime a seguir con la relación. Que los sentimientos hace tiempo que se fueron con billete de ida. No sabes qué decir.

Es difícil ayudar a esa persona a poner emoción en algo que ahora sólo tiene dimensión de obligación. Y sin embargo tantas veces ellos y ellas se presentan convencidos de que “merece la pena darse una última oportunidad”. En cierto modo puede ser para quedarse con la conciencia tranquila pensando que –ya he hecho todo lo que estaba en mi mano-. Otras veces es el no al fracaso lo que puede estar detrás. En otras ocasiones será la familia, las convicciones personales, etc.

Pero creo que con frecuencia hay un sentido de justicia que aflora en situaciones de electrocardiograma plano. Y vale la pena detenerse en lo que puede mover a una persona en estas circunstancias:

“Al fin y al cabo nos metimos en esto porque quisimos, los dos, totalmente convencidos. Queríamos crear un hogar juntos. Los hijos también llegaron porque a los dos nos apetecía mucho tener una familia. Entonces, ahora que veo que hay que desmontarlo, supongo que tendré que darle una oportunidad. Creo que se la debo. Es de justicia. Él no quiere dejarlo y yo no le puedo negar este último esfuerzo. Trataré de poner toda la carne en el asador. Aunque tengo muy poca confianza en que esto salga a flote.”

Pues sí, Ana. Piensas bien al decir esto. Os lo debéis el uno al otro.


Y a todos los que no somos Ana, nos puede servir la idea de recordar siempre que somos dos, y que tenemos que seguirlo siendo siempre en las cosas grandes y en las pequeñas. 
Que tenemos que actuar siempre pensando en el otro cada vez que tomemos una decisión. 
No es que nos aniquilemos, es sencillamente que pasamos nuestras decisiones, las que afectan a nuestra vida de pareja, de familia, por el tamiz del otro. 
Así mantenemos las cuatro ruedas en paralelo y no habrá accidentes.

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